Las razones del arte son las sinrazones del mundo: el daño, el dolor, la violencia, el terror, la muerte o la injusticia, pero también los misterios, lo incomprensible e indecible, como la belleza, el amor, el destino y la felicidad. Esas razones se nos abren y se nos comunican en las obras de arte cada vez que somos capaces de reconocerlas. De un modo u otro las obras de arte nos hablan en sus peculiares lenguajes e inventando a menudo nuevas gramáticas. No siempre es fácil descifrar esos léxicos y esas gramáticas. Las pretensiones de razón del arte son muchas veces desatendidas o negadas. Eso es en el arte contemporáneo cada vez más frecuente debido a los profundos cambios que se han producido en la naturaleza del arte.
Algunos lo describen hiperbólicamente como la llegada del arte a su estadio final, a un acabamiento de duración indefinida que habría traído consigo que en el presente tenemos otra cosa distinta a lo que era el Arte, algo que tiene que ver con la moda, la publicidad y el entretenimiento. Otros sostienen que el arte sigue existiendo, pero que se encuentra absolutamente sometido al imperio del capitalismo, que ante todo ve en él la mercancía, un medio para el circo mediático y el espectáculo, perfectamente estetizado y neutralizado normativamente. Yo no soy tan pesimista y creo firmemente que el arte sigue ahí en medio de la polución, el ruido y la furia, y en medio de tantos intereses espurios.